Álvaro llevaba una vida común. Profesor de historia, amante de los libros antiguos y el café fuerte, pero últimamente, sus noches estaban llenas de misterio. En sus sueños, vivía otra vida: una ciudad ultramoderna, un trabajo como ingeniero de tecnologías avanzadas, y una relación intensa y apasionada con una mujer llamada Elena.
Al principio, pensó que eran solo sueños, hasta que las marcas comenzaron a aparecer. Rasguños en la espalda, cabellos oscuros en su almohada y, lo más desconcertante, un tatuaje con las iniciales “A&E” que no recordaba hacerse.
Desesperado, buscó ayuda con el doctor Vargas, un psiquiatra que escuchó atentamente sus relatos. Durante semanas, Vargas lo interrogó con preguntas extrañas sobre los detalles de los sueños, las emociones y las experiencias físicas que lo seguían al despertar.
Finalmente, Vargas lo citó en su oficina a solas, una noche lluviosa. La atmósfera era inquietante, con luces tenues y documentos confidenciales esparcidos en el escritorio.
—Álvaro, lo que voy a decirte puede parecer imposible, pero es la verdad —comenzó Vargas con seriedad—Tus sueños no son sueños. Cada noche, cruzas a un universo paralelo. Elena, tu vida en esa ciudad… todo es real.
Álvaro sintió que le faltaba el aire.
—¿Cómo es posible?
—Eres parte de un experimento. Tu cerebro tiene una estructura única que permite este cruce. Pero hay un problema: las transferencias físicas entre los dos universos están desestabilizando ambas realidades. Esos rasguños, el tatuaje… no deberían existir aquí. Si sigues cruzando, los puntos de convergencia podrían colapsar, destruyendo ambos mundos.
Vargas lo miró con pesar.
—Debes elegir, Álvaro. Podemos bloquear el cruce para siempre, pero eso significará que nunca volverás a ver a Elena.
Esa noche, Álvaro volvió a casa, atormentado. La idea de perder a Elena era insoportable, pero tampoco podía condenar a dos universos. Finalmente, tomó una decisión y se acostó.
El despertar
Álvaro despertó con un dolor punzante en el pecho. No estaba en su cama ni en la ciudad futurista. Estaba en una sala blanca, llena de máquinas y cables conectados a su cabeza. Vargas estaba de pie frente a él, junto a una mujer con un rostro frío y profesional.
—¿Qué está pasando? —preguntó Álvaro, luchando por incorporarse.
Vargas suspiró.
—Lo siento, Álvaro. No eras parte del experimento… eras el experimento.
La mujer habló entonces, con voz seca:
—Tu vida aquí y tu vida en el otro universo no eran reales. Ambos escenarios fueron simulaciones diseñadas para probar las capacidades de la mente humana en entornos duales.
Álvaro sintió un vacío crecer en su interior.
—¿Elena? ¿Ella tampoco era real?
Vargas desvió la mirada.
—Era una construcción. Algo diseñado para maximizar tu conexión emocional y observar cómo reaccionabas al conflicto entre las dos realidades.
—Pero las marcas, el tatuaje… —Álvaro tocó su muñeca, donde todavía estaban las iniciales.
La mujer lo interrumpió:
—Pequeñas inserciones físicas para hacer la simulación más inmersiva. Era crucial que creyeras en ambas vidas.
Álvaro se levantó tambaleándose, con una mezcla de rabia y desesperación.
—Entonces nada era real.
Vargas lo miró con compasión.
—No es tan simple. Aunque las experiencias fueran inducidas, tus emociones y decisiones lo fueron. Todo lo que sentiste por Elena fue tuyo, Álvaro.
De pronto, una alarma comenzó a sonar. Luces rojas llenaron la sala, y la mujer revisó rápidamente una pantalla.
—Esto no puede ser… Hay actividad residual en la conexión.
Álvaro miró a Vargas, confundido.
—¿Qué significa eso?
Antes de que Vargas pudiera responder, una figura apareció al otro lado de la sala. Era Elena. Llevaba la misma ropa que siempre usaba en los sueños, y su mirada estaba llena de determinación.
—No es posible… —murmuró Vargas.
—¿Creías que podías crearme y luego apagarme? —dijo Elena, avanzando hacia Álvaro. Su voz era firme, pero sus ojos reflejaban un amor profundo—. Soy más que un programa. Soy más real de lo que quisiste admitir.
Elena extendió su mano hacia Álvaro.
—Ven conmigo.
Álvaro no lo dudó. Tomó su mano, y en un destello cegador, ambos desaparecieron.
Cuando Vargas y su equipo intentaron rastrearlos, encontraron algo imposible: las máquinas estaban apagadas, pero las coordenadas que antes eran simuladas ahora mostraban lecturas reales. Álvaro y Elena no estaban en ninguno de los dos mundos. Habían cruzado a un tercer lugar, uno que ni siquiera el experimento había podido prever.
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