Leer la Biblia puede resultar muy gratificante para las personas que tienen fe. Yo las respeto y tengo que aceptar que las admiro mucho: yo no tengo fe.

Como la mayoría de los que nacimos en este país fui educada en una familia católica, así que en mi casa había una Biblia. Tratando de buscarle sentido a una religión que no me terminaba de convencer leí algunos fragmentos. El último y el que me convenció de que no iba a encontrar nunca la fe que tenía perdida fue el libro de Job.

Este hombre feliz con una vida plena, respetado, rico y famoso no iba a disfrutar mucho tiempo de todo lo que su Dios le había concedido ya que Satanás, el ángel rebelde, retó a Jehová:

“¿Ha temido Job a Dios por nada? ¿No has puesto tú mismo un seto protector alrededor de él y alrededor de su casa y alrededor de todo lo que tiene en todo el derredor?”.

El Diablo le estaba diciendo a Jehová que Job le servía por motivos egoístas y que lo maldeciría en su misma cara si lo perdía todo.

Jehová le “dio una oportunidad a Job de probar que Satanás estaba equivocado”. Le permitió a Satanás quitarle todo lo que tenía. Lo único que no podía hacer era lastimarlo físicamente. En un solo día, Job perdió su ganado, murieron sus sirvientes, murieron sus hijos y se quedó en la pobreza absoluta.

Después de todas las tragedias sufridas Job se rasgó la ropa, se afeitó la cabeza y cayó al suelo. Llegó a la conclusión de que, así como Jehová le había dado, le había quitado. Pero no había sido él, fue Satanás quien hizo que pareciera que Dios había provocado todos esos desastres. Así que Job no maldijo a Dios como Satanás había predicho. Al contrario, dijo: “Continúe siendo bendito el nombre de Jehová”.

No encuentro una mejor forma de describir la fe que con la historia de Job. La fe es ciega, la fe mueve montañas, la fe es la convicción total y absoluta de que “algo”, “alguien” -normalmente un Dios-, es la representación absoluta de ciertas características como la bondad, el amor, la justicia, etc.

Esa fe no permite cuestionamientos ni dudas incluso por encima de mí. De lo más elemental del ser humano: el instinto de supervivencia.

Por un Dios se vive y se muere, sin cuestionar cuando se tiene una fe ciega, cuando se ha caído en el fanatismo religioso. Y en cierta manera las iglesias lo fomentan con sus normas. Si hablas mal de Dios es blasfemia, si blasfemas eres excomulgado. Es decir, todo el que cuestione un dogma, un milagro de Dios estará blasfemando y será excluido: rechazado.

Sé de antemano que estoy por tocar dos temas que, es sabido, no se deben de tocar. Pero es inevitable por la semejanza.

La historia de Job pareciera la historia de tantas personas que votaron por este gobierno que han perdido su empleo, han perdido el Seguro Popular, las guarderías y un largo etcétera pero no culparán a Andrés, para eso está Satanás: los gobiernos anteriores.

Para los que no tenemos fe ni religiosa ni en un político, es simplemente incomprensible. Porque la fe carece de lógica. Por eso es ciega: no ve.

Muchas veces hemos dicho que los que aplauden ciegamente al actual gobierno son fanáticos, pero nos referimos a fanáticos de la política. Hoy me atrevo a decir que no solo eso: son fanáticos religiosos y la 4T funciona como una iglesia.

Tienen su “Dios” o “semidiós” sus creyentes y por su puesto sus fanáticos. La iglesia (el partido) señala y fomenta el castigo a aquellos que se atrevan a “blasfemar”. Podemos mencionar muchísimos casos desde periodistas, actores, empresarios que en algún momento “creyeron” en el proyecto y ahora son señalados por “blasfemar” se les “excomulgó” de esta iglesia-partido por el simple hecho de cuestionar a su “Dios” o algún “dogma”.

Este fenómeno de literal: transformación de la política a religión-partido dios-político votante-creyente es por demás peligroso, basta leer la historia de la humanidad y todas las guerras que se han peleado por un motivo religioso.

Tratar de discutir hoy con algún fanático pro Andrés es similar a discutir de la existencia de Dios con una persona religiosa. No estamos hablando de hechos, de números, de cosas que se puedan medir o ver. Estamos hablando de creencia, de milagros, de dogmas y todo aquello intangible que hace que la fe sea ciega.

Que Dios nos agarre confesados.