Este regreso a clases ha sido tan complejo y tiene historias que duelen… Lunes 7:30 de la mañana y comienzo a escuchar unos gritos muy animosos: Pierna derecha, con fuerza chavos. ¡Despierten! Y sí me terminó de despertar la curiosidad, me acerqué un poco al cuarto de ojos (mi hija) y me percaté que era el profesor de deportes desde el otro lado del iPad. Me dio un poco de alegría ver que le estaban haciendo caso y de inmediato me vino a la cabeza que estos chavos ya tienen una anécdota que contar en unos años: la primera generación que tuvo clases hasta de deportes en línea por una pandemia. Hace unas semanas el panorama en casa era totalmente diferente. Uno de los tantos días de encierro me encontré a ojos tirada en la cama viendo al techo. ¿No te vas a levantar le dije? Ya era medio día y no se había bañado, no se había parado de la cama: pero estaba despierta. “No” me contestó tajante y con la voz claramente triste. “¿Para qué? No puedo salir, no puedo ver a mis amigos, ya no tengo nada que hacer”. Sentí que se me caía el mundo, claramente había llegado a su tope de tolerancia de encierro y todavía no sabíamos (ni sabemos) cuánto tiempo más estarán así. El inicio de clases fue una gran ayuda. La novedad de los profesores, las tareas, los compañeros aunque sea virtualmente han cambiado la dinámica. El encierro otra vez es tolerable. En la noche del lunes sentí un gran alivio como mamá. Entré un rato a Facebook y me encontré una publicación que aquí pongo tal cual la encontré.

Nuestro México es un país de contrastes, eso ya lo sabemos. Dos historias de regreso a clases muy diferentes. Y no voy a decir que la historia de Yoana me hizo pensar que qué suerte tengo, no. Por el contrario me hizo reflexionar que uno de los problemas de México es que todos tenemos preocupaciones y problemas, lo que no tenemos es la capacidad de ver que no somos los únicos. Antes de que me linchen por comparar desde “el privilegio” voy a mi punto: ojos estaba en cuadro depresivo y lo conozco bien porque mi papá padece distimia. Un tipo de depresión leve pero prolongada, que puede evolucionar a una depresión fuerte y hasta el suicidio. La situación de Yoana como de muchos niños y jóvenes es terrible, dolorosa y sí, nos debe de ocupar a todos. Pero no va a ser romantizando la pobreza y satanizando el más mínimo “privilegio”. Porque estas semanas fui ciega a los problemas de otros jóvenes porque la que tengo en casa estaba en una situación que podía evolucionar mal y no hubiera tolerado que me dijeran que no me importa porque “los privilegios”. Tenemos de los dos lados que sensibilizarnos que existen problemas personales, familiares y del país. Los que compartimos los tenemos que trabajar juntos, sin subestimar los otros. Sin que la pobreza sea romántica, porque no lo es. Ni pensar que los “privilegios” te resuelven la vida y te vuelven egoísta, tampoco es real. Este regreso a clases ha sido duro para todos y me gustaría dejar la semilla de la reflexión por aquí: no podemos ignorar las secuelas psicológicas de los niños y jóvenes. Aunque algunos no lo manifiesten hay que estar pendientes. Segundo, hay que encontrar más opciones para los niños y jóvenes como Yoana. Puede ser -y solo digo puede porque no soy experta- que se regrese a clases parcialmente. Lo que no puede suceder es que niños como Yoana estén paseando en la calle antes de que amanezca, sin desayunar, buscando un vecino con señal. Nuestros niños y jóvenes necesitan, y lo voy a repetir: necesitan educación.