Para poder hacer un buen análisis de cualquier tipo de comunicación nos tendríamos que hacer tres preguntas básicas:

¿Quién dice?

¿Qué dice?

¿Con qué intención lo dice?

¿Quién dice? Desde que Aristóteles escribía sobre retórica ya mencionaba la importancia del orador. Hoy probablemente más que nunca, esto tiene un gran peso, sobre todo en temas políticos. Cuando se ha desacreditado a una persona, nada de lo que diga será cierto. Todos hemos leído comentarios como: “¿y le crees a Loret?” o “ve la mañanera para que estés bien informada”.

Las personas que hacen este tipo de comentarios, han terminado su “análisis” antes de empezar el análisis en realidad. Porque el orador, por sí solo, no debería de descartar el mensaje. Puede dar un peso, eso sí: de hecho debe de darlo porque no es lo mismo que un economista hable de crecimiento económico a que lo haga un psicólogo.

¿Qué dice? En esta parte del análisis necesitamos herramientas más allá de la simple “percepción” o de ver las credenciales de una persona. Necesitamos conocer sobre lo que se está hablando. Hoy que todos somos todólogos y opinólogos, analizamos y opinamos desde la ignorancia de muchos temas, creando ruido y desacreditando (otra vez) más por incomprensión del tema que por argumentos.

¿Con qué intención lo dice? En este momento ya requerimos mucho más información sobre el mensaje y el orador. En política es clarísimo: un político en campaña dirá muchas cosas para ganar votos. El mensaje puede ser una promesa que jamás se cumplirá y el orador puede saberlo, pero para el público será totalmente creíble si no hace un análisis de la intención.

Ahora voy a algo que podría parecer una locura después de la explicación anterior. En la Segunda Guerra Mundial se publicó un cómic que explicaba cómo Supermán ganaría la guerra.

¿Quién dice? Supermán

¿Qué dice? Cómo va a ganar una guerra

¿Con qué intención lo dice? Para que la población esté tranquila sobre el final de la Guerra.

¿Alguien debería de haber creído esto? La lógica diría que no, pero fue un gran éxito propagandístico. ¡Qué locura! ¿O no?

Pues no, porque los seres humanos creemos: creemos en seres mágicos, en milagros, en brujería, en santos y un largo etcétera, que carecen de algo: demostración científica.

Justin Friesen y sus colegas de la Universidad de Waterloo, en Canadá, encontraron que la religión y las ideologías políticas, mantienen una determinada imagen del mundo y son el soporte de una identidad de grupo concreta. El autor de la investigación comenta que cuando se dice que unas creencias religiosas o políticas no son demostrables por la ciencia, los seguidores no se molestan y esto puede reforzar su aceptación de esas creencias.

Es por esto que la propaganda política puede ser tan convincente y al mismo tiempo tan difícil de contrarrestar. Porque es una cuestión emotiva y no científica.

Si Estados Unidos hubiera hecho una publicación con datos que incluyera pérdidas humanas y materiales, con un mensaje claro de: “nos están dando una madriza”, pero concluyendo con: “somos optimistas y vamos a ganar”, no hubieran logrado motivar a las personas, vender sus bonos de guerra, enrolar a más soldados y demás acciones puntuales que se pedían en cada material propagandístico que se publicaba.

Con esta lógica es mucho más fácil entender el discurso de Andrés y la 4T, como también ver el terrible error de la oposición y la sociedad (inconforme) cuando insisten en vender números a personas que solo sienten. Se sienten parte de un grupo, se sienten seguras y motivadas por un líder en el que creen. Algo así como Supermán deteniendo misiles o doblando cañones.